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  • Foto del escritorNéstor Barbosa

Soy el rey de Tinder

Coges el teléfono y deslizas el dedo con desgana. Encuentras varios match. Descartas los que buscan la falsa aceptación ajena. Quedan dos, y solo uno de ellos pasa las respuestas del test más banal con preguntas como: ¿qué tal estás?, ¿a qué te dedicas?, ¿de dónde eres?, ¿cuál es tu canción favorita?... bla, bla y bla.


Pasas la frontera y das tu número de teléfono personal. Ambos estáis de acuerdo en que es mejor conocerse en persona que seguir hablando por Whatsapp. Sabes que SABE que perfectamente a un solo click hay otro alguien esperando lo mismo. Tienes fecha para la primera cita, pero como siempre, continuas con la criba en la app porque sabes que el porcentaje de éxito suele ser bajo.


Te vistes con lo que puedes. Piensas en qué comportamiento adoptarás esta vez. La anterior no funcionó, así que seguramente si hoy te muestras menos tú, gustarás más al otro yo. ¿Estoy realmente dejando mi realidad atrás para salir de la ficción? No respondes a ello.


Da igual todo lo anterior escrito, porque vas a la cafetería con la mente en blanco. Intentas no pensar en la mochila que llevas, porque no quieres cargársela a la siguiente persona. Es únicamente tuya. Dependiendo del match que te ha tocado (a uno le gusta pensar que es una elección propia) eliges si vas a dar explicaciones de porqué usas Tinder. Así es como te sientas en una silla incómoda y te imaginas como serías visto desde los ojos ajenos. El cuello vuelto agobia y en el sitio hace calor. No hay nada debajo del jersey. Pides un café o una caña. Invitas. Casi siempre. No importa.


Aunque no eres consciente, tus plegarias suplican «ojalá hoy fuese ayer». Porque hubo un tiempo en el que conocer a otro ser humano no implicaba tal procedimiento. Hablas de tu trabajo, escuchas el interior de la otra mochila, bebes, miras, sonríes y te vas. No sabes del todo si le has gustado. Así que lo más fácil es mentalizarse de que a ti él tampoco te hizo mucha gracia. El virus del amor del siglo XXI funciona en el «acierto y error» que flirtea con el desastre. Todo es perecedero. Coges el metro y escuchas Qué emoción de Omara Portuondo. Y los sentimientos se quedan encerrados en su letra. Nunca saldrán de ahí.


Pides cualquier cosa para cenar. No hay notificaciones de Whatsapp, pero sí de Tinder. Duermes solo. Crees que al final todos lo estamos y lo estaremos porque si no funciona, siempre nos quedará otro match. Finalmente sueñas de nuevo que hoy es ayer, cuando el amor no se ejecutaba a puerta fría.







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