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Néstor Barbosa

Diseñador Gráfico & Escritor

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Alma en Madrid

Foto del escritor: Néstor BarbosaNéstor Barbosa

Alma tenía ochenta y tres años cuando dejó de pisar con sus zapatillas el suelo de terrazo de su hogar. Vivía en un edificio residencial a las afueras de Madrid que conseguía romantizar gracias a las historias que relataba sobre sus anteriores inquilinos. Alma se convirtió en la vecina más longeva de la noche a la mañana. La conocí, de casualidad, en uno de esos días de soledad y silencio en los que tejía una colorida funda de cojín con motivos florares sentadita en el portal del edificio.


«¡Ojalá tejer una manta para conservar esa juventud!». Era la primera vez que Alma se dirigía directamente a mí y reconozco que me pilló de sorpresa con aquella afirmación tan poética. Sonreí de manera cómplice mientras colocaba las pesadas bolsas del supermercado al lado de los buzones.


Un martes, porque las cosas malas suelen suceder un martes, escuché quejidos


en la puerta de enfrente. Alma se había tropezado y entre varios vecinos logramos acomodarla en su sillón reposando con cuidado su frágil nuca en un cojín con la funda floreada recién estrenada. Esperé con ella hasta que llegase la ambulancia. Pese al fuerte golpe en el brazo nunca llegó a quejarse. Parecía que narrando cuentos de vidas ajenas lograba escapar del dolor. Nunca supe hasta punto eran ciertos los cuentos de hadas, pero la verdad es que tampoco me interesaba la realidad.


A los tres días volvió a su sillón. Prometí visitarla con unas pequeñas palmeras de azúcar. Alma me recibió con un sonrisa jovial y me invitó a tomar un café con ella. Sus soliloquios me hipnotizaban por la manera en la que se expresaba. Entre movimientos gráciles y pausas perfectamente marcadas nos hicimos compañía. Y la compañía hace amigos.


Alma nunca probó bocado de ninguna palmera porque tenía diabetes. Eso sí, me suplicó que siguiera trayéndolas porque disfrutada con mi disfrute. En tres meses la de la pastelería me ponía la bandeja con los dulces sin preguntarme qué deseaba.


Un lluvioso mes de noviembre me fui de viaje por trabajo. Lo que iba a ser unos días de ajetreo se convirtieron en dos meses agotadores. Al volver al barrio lo primero que hice fue comprar la bandeja de siete palmeritas. Dejé las maletas en casa y subí a la casa de Alma, pero ella nunca volvió a contestar. Cada día comía una palmera con el café de la mañana. Aún con el sabor de la última superviviente el vecino del quinto me dijo que a Alma se la habían llevado al hospital. Nadie conocía a ningún familiar. Nadie sabía qué le había pasado.


No dejé de ir a la pastelería, pero sin su compañía la dulzura se volvió amargaba. El paso del tiempo borró los apellidos escritos en cursiva con rotulador azul de su buzón. Alma casi nunca hablaba de ella porque su forma de hacerlo era a través de las vidas ajenas.


Otro martes, porque las cosas malas suelen suceder un martes, el hogar de Alma se vacío en dos horas. Lo acepté como quien acepta un la llegada de los martes. Siguiendo a uno de los chicos de la mudanza fui a tirar la basura. Al lado de los contenedores había uno de esos que se utilizan para desechar los escombros de una obra. Entre ellos descansaba intacto el cojín con la funda de Alma.


«¡Ojalá tejer una manta para conservar esa juventud!». Ambos sabíamos que la única forma de conservarla era viviendo. Sin dudar ni un instante rescaté su creación entre los desechos que algún día le ofrecieron más vida, porque así es como me enteré de su muerte.


El cojín está en el sofá de mi salón. Sé que en un futuro acabará en otro contenedor junto con todas mis pertenecías. Algunas serán rescatadas y otras olvidadas. Lo único certero es que, de momento, Alma descansa dulcemente en mi hogar.


Everything Is Illuminated: Directed by Liev Schreiber. 2004.

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