Cuando vi por primera vez Con la muerte en los talones de Alfred Hitchcock era un niño de apenas nueve años. La mirada con la que observaba cada plano era distinta debido a la sorpresa que provocaba en mí ese sentimiento de «primera vez», Y aunque creo que siempre he mantenido esa esencia genuina, no puedo decir lo mismo en las reacciones que tengo a día de hoy con ciertos descubrimientos. Ver el vaso medio lleno, pero de veneno, se ha convertido en una rutina un tanto tediosa. A veces pensar el «mañana» resulta luctuoso.
Retomo el momento Hitchcockniano para explicar cómo fue ese primer deseo determinante en mi orientación sexual. Aunque la película no lleve todo el peso de tal inclinación aberrante para Vox, sí que consiguió despertarme de un confuso letargo. Como apunte he de decir, que por suerte, nunca tuve dudas sobre mi sexualidad. La imagen atildada y casi Apolínea de Roger O. Thornhill me cautivó por completo. ¡Y cómo no!... a Cary Grant le sentaba el personaje como un guante.
En Dolor y Gloria el protagonista Salvador Mallo recuerda su primer deseo sexual mediante la icónica imagen de un albañil lavándose con un barreño en una pose estratégicamente escultural. En mi caso, nada más lejos de la realidad. La ficción me devolvió con sonrisa cómplice la confirmación que necesitaba. Cuando Grant besa al más puro estilo del cine clásico a la bella Eva Marie Saint (Eve Kendall) mi deseo creció por el lado equivocado a los ojos de Rocío Monasterio. Con el tiempo y sin pretenderlo quise convertirme en Eva para probar los labios de Grant. No sé si la explicación es demasiado ampulosa para describir dichas sensaciones de mi «yo» más explorador, pero no deja de ser un recuerdo desvirtuado por las múltiples visualizaciones del film en distintas épocas de mi vida.
Con la muerte en los talones también se ha convertido en una metáfora correcta, y por lo tanto «facilona», para la infancia de un niño homosexual. La mítica escena en la que Roger corre torpemente para escabullirse del ataque de una avioneta, podría ser perfectamente el pasillo de un instinto repleto de cobardes con alas de grandeza. A veces, con el panorama social actual, tengo miedo a que el retroceso vuele por encima de nuestras cabezas para pisarnos los talones. O los tacones.
–¿Le pasa algo en los ojos?
-–Sí, son muy sensibles a las preguntas.
La respuesta sin pregunta la obtuve con aquel beso tiernamente sobreactuado. ¿Y Los ojos? Pues siguen almacenando los mismos puntos de vista inocuos de un niño maricón.
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