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  • Foto del escritorNéstor Barbosa

La primera Barbie del niño adulto

Estaba bajo la desidia y la soledad en su casa, así que aprovechó para ponerse una copa de vino tinto. Escogió a tientas la primera botella de la bodega, pero a la hora de abrirla descubrió que el sacacorchos fallaba en su funcionamiento. Igual que un zahorí en el desierto comenzó a buscar tutoriales en YouTube de «Cómo abrir una botella de vino sin abridor». Después de distintos intentos fallidos optó por introducir el corcho en el interior golpeándolo con el extremo de una espumadera. El reloj le otorgó únicamente tres maniobras más hasta que la botella estalló contra el suelo dejando cristales rojos en la alfombra y marcas de vino en la pared. Aquella estampa consiguió emanar sus recuerdos más olvidados de la infancia, porque de una forma u otra el destrozo de la botella se convirtió en una fácil metáfora.


Observando el salón se podía adivinar que era Navidad por un pequeño árbol adornado con brillantes bolas plateadas y luces parpadeantes. Pensó en cómo había cambiado el cariz de las fiestas a lo largo de los años y recapituló hasta cuando era un niño pequeño donde el árbol multiplicaba su dimensión y los regalos reposaban en sus raíces. Al romper los envoltorios buscando el juguete deseado, estos se convertían en falsas esperanzas de frágil manipulación semejante a los cristales que actualmente yacían esparcidos por el suelo. Su hermana solía recibir muñecas con armarios repletos de vestidos para cada día de la semana, en cambio él se conformaba con un camión que no ofrecía más imaginación que la de vagar alrededor del árbol sin ningún rumbo fijo. Los días siguientes a la llegada del señor Noel jugaba a escondidas con una Barbie de aspecto desaliñado, pero precisamente el trabajo de vestirla con los mejores trapos le devolvía una libertad que nunca había conocido. Y así es como, en la oscuridad del que no es buscado, encontró el entretenimiento merecido para consigo mismo. Nunca tuvo una muñeca por culpa de los posibles estigmas que surgían en los absurdos debates de lánguidas conclusiones de los más mayores, y tampoco supo si esos estigmas provenían del desconocimiento o de las frases escritas con tinta empapada de constructos sociales en las cartas dirigidas hacia Noel.


Recogió con la escoba los cristales, limpió los restos de vino de la pared con quitamanchas y dejó las luces encendidas del árbol iluminando la añoranza de su niño interior. Al refugiarse en el calor de las sábanas entró en un profundo sueño en donde un laberinto de estalactitas inquebrantables impidió que no se despertase hasta la hora exacta de la comida de Navidad. Desesperanzado por los recuerdos de los años setenta se hizo un café con poca leche para recuperar una apariencia física más lozana. Caminó hasta el balcón para abrir las ventanas y dejó que el aire fresco aliviase el ambiente opresivo del salón. Al volver con pasos automatizados descubrió que bajo el árbol había un paquete perfectamente envuelto. Se frotó los ojos para comprender tal hecho, pero la ilusión consiguió no cegar la realidad. Rasgó con delicadeza y sin esfuerzos el papel de regalo revelando un contenido de gran carga emotiva. En la caja, acompañada de dos vestidos, una Barbie perfectamente arreglada le sonreía tras el fino plástico. Se quedó unos instantes impávido ante los reflejos que transmitían los detalles de la muñeca y decidió no sacarla de su packaging para colocarla encima de la estantería como si se tratase de una virgen en su altar. De pie, ante ella, sintió un diminuto cristal de la botella de vino en el talón. Pero esta vez no hubo dolor porque comprendió que tanto la libertad, como la certeza de una magia exenta de explicaciones para poder existir, se transformó en el mejor de los cicatrizantes. Y desde ese día nada ni nadie logró limitar nunca más las ilusiones perdidas de aquel adulto que nunca dejó de ser un niño.


Barbie Colección 1959, 50 Aniversario Original.

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