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  • Foto del escritorNéstor Barbosa

El monte de los espíritus

Como gallego conozco de primera mano la necesidad de creer para poder continuar con la desidia de la vida rutinaria. Historias arcanas de fantasmas, las cuales seguramente sean mentira, son las encargadas de obsequiar verdades palpables para los vivos. Y aquí es cuando nace la noche Halloween que conozco y reconozco tan bien. Por cierto, a esta festividad, de origen celta, en Galicia la llamamos Samaín. Tierra de leyendas populares nunca tan bien reflejadas como en «La Santa Compaña».


Cuando era pequeño escribía historias de terror sin saber que en aquellos relatos se encontraban los cimientos de un futuro repleto de letras. El cine me ha inculcado un gran conocimiento en este género que siempre he querido extrapolarlo a mis escritos menos personales. Aprovecho este día, y esta entrada, para transcribir a mi manera una leyenda que en su día fue el motivo de rutilantes escalofríos sufridos frente a una chimenea.


El pueblo de mis abuelos tiene un misterioso bosque llamado «Monte Auga Elevada». Dicho lugar alberga gran cantidad de madroños. A mediados de los años 40 el tío de mi abuela solía reunirse con sus amigos la noche de fin de año. Para soportar el frío norteño era común que los hombres recogieran leña en ese monte, así que, se dirigieron entre cantos de festividad hacia la profundidad del bosque. Cuando comenzaron a talar mecánicamente, el bramido de un ternero irrumpió en la concentración de los jóvenes. Juntos se acercaron hacia el sonido emitido por el animal. Extrañados ante la nada, los bramidos surgieron de nuevo en otro punto más lejano. Como un grupo militar intentaron encontrar la respuesta, pero siempre se topaban con el vacío de la oscuridad, y el ternero nunca llegó a presentarse físicamente. Aquella noche de fin de año los amigos brindaron sin el tintineo de las copas debido a que el sonido del bosque reverberaba en sus mentes. El tío de mi abuela nunca llegó a contar lo que vio entre los grandes madroños.


La leyenda ya estaba arraigada al pueblo, y fue en la noche de 1948 cuando mi abuela, con ocho años, vivió en sus carnes otro de los misterios del ahora conocido «Monte de los espíritus». Madre e hija venían tranquilamente de la vendimia cuando al final del camino una música de tambores inundó la hora más vespertina. El sonido era semejante al fragor de una batalla. Mi abuela asustada le preguntó a su madre: «¿Qué es eso?», a lo que la mujer, acostumbrada a las intuiciones más propias de las meigas, le contestó: «Nada, tú solamente para y reza». Y así es como ambas continuaron después del rezo lentamente hasta la zona más poblada del pueblo dejando atrás los tambores del otro mundo. La noche siguiente, unas luces iluminaron el interior de la humilde casa de la familia. Mi abuela se despertó y, salvaguardándose del rocío bajo el balcón principal, observó estupefacta y con el cuerpo entumecido como unos grandes destellos salían del monte hasta fundirse en la hondura del cielo. Su madre le respondió a una pregunta que nunca llegó a realizar: «Iso son cousas de bruxas».


En los 90, mi prima y yo escuchábamos más historias del mismo calibre sobre el famoso lugar. Queríamos ir por la noche para investigar, pero nunca nos dejaron. Quizá hoy, con la experiencia de los años, sería un buen día para adentrarnos entre los madroños, porque ambos sabemos a quién hay que temer, y es precisamente a la verdad de las leyendas y a las mentiras de los vivos.


Auga non ten sed,

lume non ten frío.


A ghost story (2017). A film by David Lowery.

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